El exceso de liquidez, las necesidades de financiación de las empresas y la búsqueda de rentabilidades superiores a las tradicionales son los tres vértices de un triángulo virtuoso denominado private equity. Una forma de inversión que en los últimos años ha demostrado un comportamiento sobresaliente en comparación con el resto de activos financieros, con rentabilidades en algunos casos por encima del 25 por ciento anuales.
Las inversiones de private equity son un excelente complemento a la inversión financiera tradicional: permiten mejorar la diversificación del patrimonio y optimizar la relación rentabilidad/riesgo. Por eso se han convertido en un componente permanente en las carteras de los inversores institucionales (fondos de pensiones, aseguradoras, fondos soberanos, fundaciones) y también están cada vez más presentes en las de algunos pequeños y medianos ahorradores.
Hay cuatro factores por los que el private equity ha ido ganando presencia: la diversificación, la descorrelación con el resto de activos financieros, las expectativas de rentabilidades superiores y su vínculo con la economía real. Sin embargo, su acceso al mercado es complejo, y requiere de un entendimiento previo antes de incorporarlo a una cartera de inversión.
Entre otras cosas, es importante conocer los métodos de valoración de este tipo de activos y el análisis de los retornos porque en todos los casos se trata de una inversión con escasa liquidez; también conviene familiarizarse con la dinámica del mercado primario y del secundario; y, además, es pertinente estar al día en las principales tendencias de un sector global dominado por inversores institucionales e inversores de alto patrimonio.
Hay que saber calibrar con exactitud el peso que debe tener en el conjunto de la cartera, los tipos y opciones más ventajosas para cada perfil inversor (fondo de fondos muy diversificado, inversión en empresas consolidadas que quieren crecer o inversión en lo que se llama capital semilla, financiando empresas en sus etapas más iniciales) y, por supuesto, el horizonte temporal, sabiendo que suelen ser inversiones a medio-largo plazo. Es decir, calcular la exposición, valorar la inversión en relación al resto del patrimonio en términos de riesgo y, por último, sopesar las necesidades de liquidez.
Otro asunto que hay que tener en cuenta es que, siguiendo la tendencia general en el mercado financiero, el private equity experimenta un proceso continuo de globalización, y las inversiones, cada vez más, se hacen y se deben hacer en entornos geográficos muy diversificados. Los fondos procuran encontrar los mejores proyectos de negocio en ámbitos muy extensos y las empresas participadas persiguen, a su vez, estrategias de crecimiento en mercados internacionales. Las diferencias culturales cada vez son menos obstáculo para la gestión del proceso inversor, el cual se realiza con equipos gestores compuestos por profesionales de diferentes países y en diferentes áreas geográficas.
Cuando un fondo de private equity toma una participación en una compañía no cotizada su objetivo es vender dicha participación con importantes plusvalías, por eso es fundamental saber planificar con cierto detalle la salida. De hecho, el negocio de private equity está en la venta. Pero hay que tener cuidado a la hora de realizar las compras, evitando, sin duda, errores como las valoraciones excesivas o las compras con demasiada carga de deuda. Conviene ser disciplinados en cuanto a los precios porque cuando se sobrepaga te ves obligado a exigir crecimientos inalcanzables para rentabilizar las inversiones; además siempre hay que tener presente que no todas las empresas sirven para este tipo de producto.