IESE Insight
Repensar el trabajo en tiempos de desempleo
La crisis económica que azota las economías occidentales desde 2007 ha destruido miles de puestos de trabajo. Gobiernos y expertos buscan soluciones.
La crisis económica ha destruido miles de puestos de trabajo en todo el mundo. El elevado nivel de desempleo tiene graves consecuencias para el crecimiento y desarrollo de los países, pero es también una lacra para la sociedad.
Muchas personas no conseguirán tener nunca un trabajo, lo que tendrá consecuencias para su desarrollo como individuos y su integración plena en la sociedad. Se requieren soluciones de calado que contemplen una visión amplia de la persona, la familia, la empresa, la sociedad y, por supuesto, del trabajo.
Entender esta situación y ver cómo influye en nuestra concepción del trabajo es el objetivo del documento "Trabajar en tiempos de crisis", del profesor del IESE Antonio Argandoña. En él, analiza las causas éticas de la actual crisis, las características del trabajo en una sociedad en crisis y las razones para trabajar, y propone algunas ideas para hacer frente al problema del desempleo.
Cómo hemos llegado hasta aquí
Todos conocemos las causas financieras que dieron origen a la crisis actual pero, como explica Argandoña, "una crisis no es un accidente imprevisible que se presenta sin avisar", sino que "tiene causas profundas que se van desplegando a lo largo del tiempo". Las dimensiones éticas de esta crisis son algunas de ellas. Muchos autores han denunciado que durante los tiempos de bonanza se generalizaron ciertos comportamientos inmorales, como una codicia desmedida, la opacidad, el fraude o cierta arrogancia entre los directivos...
Estos comportamientos han estado siempre presentes en la economía y la empresa pero, como asegura Argandoña, durante la última crisis los mecanismos sociales, económicos y gubernamentales que debían ponerles coto han fallado. "La familia ha dejado de ser, a menudo, una escuela de virtudes; la escuela presta más atención a lo políticamente correcto que a lo justo, y el Estado se deja llevar por criterios de éxito político, eficiencia e intereses de partido, pero no por el bien común".
El documento dibuja una sociedad individualista, emotivista, utilitarista, carente de bienes comunes y basada en relaciones de interés y de sentimientos que demuestra ser incapaz de hacer frente a cuestiones de fondo como el gravísimo problema del desempleo.
La paradoja del trabajo
El trabajo está cada día más valorado como medio para la satisfacción de nuestras necesidades, como herramienta que crea conocimientos y desarrolla capacidades, como piedra fundamental en la construcción de la sociedad y como reflejo de la dignidad del hombre.
Por otro lado, también puede ser causa de su deshumanización. El desempleo, por ejemplo, provoca en el individuo una sensación de pérdida de identidad cuando esta está vinculada a la profesión que se ejerce. Además interrumpe la adquisición de nuevos conocimientos y capacidades, deteriora el capital humano adquirido y origina conflictos personales, familiares y sociales. El paro se presenta, pues, como el fracaso de una sociedad ante sus ciudadanos.
La precariedad del empleo es también un elemento deshumanizador del trabajo por lo que supone de incertidumbre y de pérdida de control de la propia vida.
Otro mecanismo alienador sería la existencia de trabajos degradantes, en los que el trabajador se ve como pura mercancía sin cara. O el uso instrumental del trabajo, que convierte al ser humano en un instrumento en manos de otros, no en un fin.
Así, la degradación del trabajador no consiste en que produzca bienes materiales, sino en que la forma de producirlos sea inhumana. Es decir, que no le permita desarrollar otras actividades necesarias y probablemente más importantes en términos absolutos (familiares, sociales, espirituales, culturales, etc.), infligiendo violencia a la naturaleza espiritual del hombre.
En busca del sentido del trabajo
Las personas buscamos un trabajo "expresivo" y a menudo encontramos un trabajo "instrumental", quizá porque hemos convertido el trabajo en definidor de la identidad de la persona, a la que valoramos no por lo que es o por quién es, sino por lo que hace: sus resultados personales a nivel económico (cuánto gana) y social (cuál es su posición en la escala social), y por lo que aporta a los demás (cuánto contribuye al producto interior bruto o a la economía familiar).
Nuestra sociedad hace depender del trabajo y de su rendimiento económico nuestro nivel de vida actual y futuro, en la medida en que el sistema de pensiones y la atención sanitaria y de la dependencia están ligadas a las rentas generadas con el trabajo, encareciendo así su "coste económico".
Un reflejo de cómo entendemos socialmente el trabajo es la pérdida de sentido humanizador de la educación, instrumentalizándola como mera creación de capital productivo. Muestra de ello es el menosprecio de las humanidades por su falta de "utilidad" para la generación de renta privadas, olvidando su función social.
Tres motivos para trabajar y uno más
Según Argandoña, existen tres razones principales que resumen las motivaciones e intenciones que empujan a las personas a realizar esa actividad que llamamos "trabajo": un medio para ganarse la vida, una ocasión para el desarrollo personal y un medio para contribuir a la edificación de una sociedad.
Pero existe también una cuarta razón: el trabajo es expresión de la mejora personal. Aunque el trabajo es el mismo para todos, hay que tratar de hacerlo bien, con calidad humana, preparación y dedicación. Hay que hacerlo como servicio a los demás, empezando por la familia, los colegas, los clientes y los vecinos, y acabando con la humanidad entera.
Argandoña lo ilustra a través de una antigua historia, en la que preguntaron a tres picapedreros qué estaban haciendo. El primero contestó que estaba picando piedra; el segundo, que estaba ganándose el sustento para su familia; y el tercero, que estaba construyendo una catedral. Su trabajo era el mismo, pero el sentido que encontraban en él era muy diferente.