IESE Insight
No hay nada imposible: Nando Parrado, sobreviviente de un accidente aéreo en los Andes
La famosa historia de cómo un equipo de rugby superó las adversidades después de estrellarse su avión en los Andes sigue inspirando a millones de personas.
El cineasta español J.A. Bayona es el último en retratar la historia en La sociedad de la nieve, que se estrenó en España en diciembre de 2023 y en Netflix. Fue seleccionada como candidata española a la Mejor Película Internacional en la 96ª edición de los Óscar de 2024.
Después de 30 años de la película de Hollywood, Alive (1993), dirigida por Frank Marshall y protagonizada por Ethan Hawke como Nando Parrado, su historia de supervivencia sigue cautivando a personas en todo el mundo.
Afortunadamente, son pocos los que se enfrentarán a una situación tan extrema. Sin embargo, muchos se verán ante crisis inesperadas que pondrán a prueba su fortaleza y determinación.
En esta entrevista publicada anteriormente por IESE, Nando Parrado, superviviente del accidente, ofrece un testimonio conmovedor de sus 72 días en la montaña y explica cómo sus compañeros de equipo sacaron los recursos que llevaban dentro para sobrevivir.
En 1972, Nando Parrado era un estudiante universitario de 22 años que dedicaba gran parte de su tiempo libre a jugar al rugby. Cuando su equipo, el Old Christians de Montevideo (Uruguay), tuvo la oportunidad de viajar a Santiago de Chile para disputar un partido, invitó a su madre y a su hermana. Poco podía imaginar que el viaje se convertiría en la experiencia más dura de su vida.
El 13 de octubre, un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya en el que viajaba el equipo se estrelló en la Cordillera de los Andes a causa de un error de orientación del piloto. Lo último que recuerda Parrado antes del choque fue ver la montaña justo debajo del avión, después mucho ruido y oscuridad. Un golpe en la cabeza lo dejó inconsciente durante varios días.
Al despertar, descubrió el verdadero horror. Tras colisionar con la cresta de una montaña el avión se había partido en dos: la cola cayó sobre las rocas, mientras que la parte delantera logró aterrizar en la nieve. Estaban ubicados en una peligrosa zona montañosa entre Argentina y Chile. Muchos de los 45 pasajeros del vuelo habían muerto en el impacto o poco tiempo después, entre ellos la madre y la hermana de Parrado. Sus muertes sumaron otro trauma a lo que ya era una terrible calamidad.
Años más tarde Parrado lo recuerda con claridad mientras reflexiona acerca de factores como la suerte o el destino: “No había tarjeta de embarque para el avión así que escogimos los asientos a suertes. Parece algo sin importancia y sin embargo fue un factor fundamental para sobrevivir. Muchas veces me he preguntado por qué tuvo que pasar aquello, por qué mi madre y mi hermana vinieron conmigo y por qué ellas no sobrevivieron mientras yo sí lo hice, gracias a una ecuación casi imposible. Al final, llegas a la conclusión de que simplemente hay preguntas que no tienen respuesta, ya que sólo dependen del destino y de la suerte”.
Tras asumir este primer golpe, empezaba el reto de intentar sobrevivir bajo unas condiciones tan duras como en casi ningún otro lugar del planeta: a más de 4.000 metros de altitud, sin vegetación, ni agua, ni alimento, y soportando temperaturas inferiores a -20ºC.
En este entorno tan hostil, la pérdida de sus familiares se convirtió más en un estímulo para salir de allí. En lugar de venirse abajo Parrado sólo pensaba en sobrevivir, en volver a casa y demostrarle a su padre que su hijo aún estaba con vida. Esa determinación le dio una fuerza adicional que fue crucial para seguir adelante.
Un líder en medio del caos
“El impacto fue tan grande que durante los primeros días no podíamos pensar en nada, ni siquiera en alimentarnos. Tardamos unos días en adaptarnos a esa situación, éramos prácticamente unos críos y nos costó mucho entender dónde estábamos y qué había pasado y también asimilar que íbamos a morir”.
Parrado explica aquellos primeros días en la montaña con una curiosa mezcla de nostalgia y orgullo en su mirada, sabiendo que todos juntos lograron una gran hazaña, a pesar de que todo estaba en su contra y que no existía ninguna opción para ellos. Sin duda la organización fue elemental para conseguirlo. Según nos cuenta Parrado la actitud de su compañero Marcelo les salvó la vida a todos durante las primeras semanas en la nieve.
“Él era el líder natural del grupo y siguió siéndolo en la montaña, era el capitán del equipo de rugby y nosotros ya funcionábamos como un equipo humano antes del accidente. Lo que hicimos fue seguir trabajando igual. Aunque sólo tenía 21 años, Marcelo sacó una fuerza tremenda que nos contagió a todos. Nos daba ánimo todo el tiempo, nos tranquilizaba diciéndonos que nos rescatarían, nos animaba a comer y organizaba el día a día del grupo”.
Saber dar esperanza y confianza a sus compañeros fue una de las mayores virtudes de Marcelo en aquellos momentos. Su fundamento era el rescate y se aferraba a él constantemente para mantener al grupo unido, dictando argumentos firmes cuando alguien empezaba a dudar. Por ejemplo, al cabo de unos días de convivencia en la montaña había gente extrañada al ver que no aparecía ningún helicóptero por la zona. Ante este contratiempo, Marcelo decía que era normal que no viniera ningún equipo por aire ya que al ser una zona de difícil acceso lo más lógico era esperar que llegasen por tierra, razón por la cual tardaban más en venir.
Además de la energía para animar a los supervivientes, Marcelo tuvo la capacidad de pensar y de ser práctico en un factor fundamental para superar una de las trampas más exigentes que se encontraron: “Sin duda, las noches fueron la peor parte de nuestra experiencia en la montaña. Además del silencio y de la oscuridad, que eran totales, el frío era mucho más insoportable que durante el día. Por suerte, teníamos la parte delantera del avión en la que nos refugiábamos del frío, pero faltaba la otra mitad y una de las paredes simplemente no existía. Con otros restos del avión, Marcelo tuvo la idea de construir la pared que faltaba y gracias a esa idea pudimos convivir con el frío nocturno”.
Lo mejor de cada uno
Del mismo modo que un líder surgió de forma natural, también lo hizo la organización del grupo: el sistema de turnos, el orden diario, la toma de decisiones democrática, todo surgió de forma natural. Cada uno aportaba lo que sabía hacer -sus mejores habilidades- y todos estaban dispuestos a cooperar en la organización de un plan de supervivencia.
“De la nada hicimos todo, con nuestro ingenio”, explica Parrado. “Con el material del avión inventamos un montón de objetos que fueron básicos para resistir. Hicimos botas para caminar sobre la nieve con partes de los asientos; con trozos de las ventanas montamos gafas para protegernos del sol; cosimos telas de plástico para fabricar abrigos y sacos de dormir que nos cubrieran del frío…”.
Durante las noches, la organización seguía funcionando a pleno rendimiento: “Nadie quería dormir cerca de las paredes del avión porque eran las partes más frías, así que nos íbamos turnando para repartir las plazas del centro. Lo curioso fue que incluso en ese entorno surgieron formas de negociación y se creó una especie de mercado de compraventa de plazas para dormir. En el equipaje del avión encontramos una maleta llena de cigarrillos y a cada uno le tocaban dos por día; así que los que no fumábamos dábamos nuestros cigarrillos a cambio de una plaza central a la gente que esa noche la tenía asignada”.
El enemigo del frío y del tiempo
A pesar del trabajo en común, los días de convivencia iban pasando y la situación seguía siendo insostenible: “Era imposible permanecer allí y sobrevivir esperando al verano. Continuamente nos tirábamos el aliento unos a otros para aliviarnos, pero no servía de mucho. Todo lo que teníamos era frío y tiempo. Era una tortura”.
Además, la alimentación también empezó a ser un problema. Beber agua era muy complicado porque el hielo y la nieve secaban los labios y dañaba la boca, pero además, tras rastrear todo el avión, la comida asignada a cada pasajero resultó ser un trozo de tableta de chocolate y dos cacahuetes.
Al cabo de unos días comprendieron que sólo había una salida para sobrevivir y que todos la tenían en mente. “Es brutal la capacidad que tienes para adaptarte al horror cuando lo único importante es conservar tu vida. Fue algo que sólo pudo generarse en un momento y en una circunstancia como esta y que, de otra forma, jamás se nos habría ocurrido”, explica Parrado.
Un equipo de altísimo rendimiento
Otro momento decisivo fue cuando escucharon por la radio del avión que se había suspendido la operación de rescate. Marcelo, sobre todo, había aguantado hasta ese día y mantenido vivo el ánimo del resto del grupo sacando fuerzas de flaqueza de su certeza de que acabarían siendo rescatados. “Perdió el control, se volvió loco porque la radio le dijo que estaba equivocado y los pilares sobre los que se aguantaba cayeron de golpe al saber que iba a morir”.
Marcelo fue uno de los ocho que murió cuando una avalancha les sorprendió en la noche del 29 de octubre de 1972. Dos semanas después de su llegada a Los Andes, cuando el grupo se disponía a pasar otra noche en el fuselaje del avión, les alertó un ruido tremendo y unos segundos más tarde absolutamente todo estaba cubierto de nieve. Una avalancha había descendido por la ladera de la montaña sepultando a todos los ocupantes del avión menos a dos, y de forma automática se inició el trabajo en cadena.
Inmediatamente, las dos personas libres buscaron lo más rápido posible las cabezas de sus compañeros para apartar la nieve que les impedía respirar y, en cuanto alguien conseguía liberarse, se sumaba a la tarea de rescate del resto. En pocos minutos todos los cuerpos habían sido liberados. Ocho personas murieron y 19 lograron sobrevivir. Fue un duro golpe para el grupo que tan sólo empezaba a aclimatarse a un entorno adverso.
Sin embargo, incluso cuando la circunstancia iba de mal en peor, el grupo demostró una vez más que eran capaces de estar a la altura si trabajaban en equipo. Flexibles y reactivos, realizaron arduas tareas con gran precisión, coordinación y colaboración. Parrado lo atribuyó en gran parte al rugby, un deporte que “te da un intenso sentido de altruismo, propósito y disciplina”.
Algo que simplemente pasó
Aunque el futuro desapareció de repente para todos los miembros del grupo, Parrado no tenía los mismos planes que el resto. Vio clarísimo lo que iba a pasar y no quería quedarse esperando a ver como la muerte se los llevaba todos. Su reacción fue caminar, salir de allí e intentar volver con su padre. Prefería elegir su propia muerte en lugar de quedarse sentado.
Sin necesidad de hablar y sólo con su actitud firme y su convencimiento, Parrado se convirtió en un referente nuevo para el grupo: “Yo no puedo hablar por mí mismo pero según cuentan mis compañeros, en aquellos días yo emanaba una seguridad enorme. Todos veían que yo quería salir de allí como fuese y empezaron a creer que sería posible”.
La única opción era ir en busca de ayuda y así lo hicieron. Nando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín tomaron la decisión de separarse del grupo e iniciar una expedición para llegar cuanto antes a las primeras poblaciones chilenas, mientras el resto de los supervivientes seguía resistiendo en el avión.
Cargados de una fuerza más basada en el miedo que en el coraje, los tres prepararon su equipo y se pusieron en marcha. Pero al tercer día de ruta Vizintín tuvo que regresar junto al grupo por problemas físicos y Canesa y Parrado continuaron solos con la travesía.
Según sus cálculos sobre el mapa, estaban relativamente cerca del final de la cordillera, así que pensaron que podrían llegar hasta Chile en pocos días. Rumbo al oeste, lo primero que debían sortear era la cima que tenían enfrente, con la esperanza de alcanzar el pico y divisar al otro lado los primeros valles chilenos: “Pero fue mucho peor de lo que imaginábamos. La verdad es que no sé si estoy aquí por lo que logré en la montaña o por las capacidades que ya tenía antes del accidente, pero ahora sé que aquello me sirvió para todos los retos que me he seguido encontrando en la vida. Cuando escalas en la nieve durante 14 horas seguidas, simplemente no hay margen para el error”.
Tras dos días de ruta extrema, Parrado consiguió alcanzar la cima y mirar más allá de la cresta de la montaña. Sólo pudo ver montañas y más montañas, y en aquel momento se dio cuenta de que se habían equivocado de posición sobre el mapa. En realidad, estaban a 140 kilómetros del punto que habían marcado.
“Sencillamente estábamos muertos y los dos lo sabíamos; y fue justo entonces cuando tomamos la decisión más importante de nuestras vidas. Podíamos regresar al avión o seguir avanzando a través de una de las dos vías que teníamos delante. En tan sólo 30 segundos, optamos por atravesar todas las montañas que veíamos en el horizonte y escogimos uno de los dos caminos. Fue una decisión rápida, que nos salvó la vida”.
Caminaron casi sin descanso durante 10 días seguidos, solo se tenían el uno al otro: “Sabíamos que si parábamos teníamos muchas más posibilidades de morir, así que no podíamos parar. Dependíamos el uno del otro para seguir adelante y, aunque no nos quedaban fuerzas físicas, conseguimos continuar gracias al deseo de sobrevivir”.
Finalmente, mientras buscaban leña para pasar la noche cerca de un río, Parrado y Canesa vieron a un hombre a caballo al otro lado de la corriente, al que avisaron con señales de socorro. Con el ruido del agua apenas podían oírse, así que para comunicarse se enviaron mensajes escritos en un papel. Envolvían una piedra con el mensaje y así lo podían pasar de un lado al otro del río. Al día siguiente los fueron a buscar.
Dos días más tarde, tres helicópteros de rescate se dirigieron al lugar del accidente y recogieron al resto del grupo. Eran 16 supervivientes en total, y llegarían a casa a tiempo para Navidad.
La vida sigue
Cuando Nando Parrado explica esta hazaña llena de aventuras, asegura no sentirse un héroe: “Yo no quería todo aquello. No pedí estar allí y de hecho para nada pienso que fuese una experiencia exitosa”.
Por otro lado, paradójicamente la vuelta a casa no fue tan reconfortante como había deseado. La dureza de la experiencia vivida, la pérdida de su madre y su hermana, y la sensación de haber muerto mientras el mundo seguía su curso hicieron que la situación fuese bastante diferente de lo que esperaba. Así, aunque cumplió con su objetivo y volvió a ver a su padre, nuevamente tuvo que utilizar todo lo aprendido para adaptarse y seguir adelante: “Le pedí consejo a mi padre y él me dijo que viviera mi vida y que buscase el éxito, pero sin perder nunca de vista todo aquello que me unía con la gente a la que quería”.
Parrado ha aprendido a superar los obstáculos más difíciles, a trabajar en equipo en las peores condiciones, a confiar en la amistad, a tomar decisiones cuando todo está perdido, a obtener fuerzas en los momentos más complicados y a comprender que las crisis son algo fundamental para seguir adelante.
Pero lo más valioso fue aprender a vivir de la mejor manera posible: “¿Por qué uno tiene que pasar por una situación tan espantosa para darse cuenta de las cosas? Seguro que en muchos casos no hace falta, pero a mí me enseñó a vivir de una manera que a lo mejor no hubiera vivido antes. Mi vida está marcada con lo que me pasó, pero es muchísimo más que aquello, porque lo más importante de mi vida es el hoy. Tengo tanto trabajo en mi escritorio que, aunque trabaje 24 horas al día durante el resto de mi vida no lo voy a terminar. Así que trabajo lo justo e intento disfrutar al máximo de mi familia y mis amigos, que sí que son realmente importantes”.
“El tiempo es un muy buen sanador; ha puesto un velo sobre mis peores recuerdos y tristezas. Ahora recuerdo las partes más terribles de nuestro calvario casi como si las hubiera leído en un libro”. De hecho, ha escrito un libro sobre su experiencia, Miracle in the Andes: 72 Days on the Mountain and My Long Trek Home.
Desde su experiencia decisiva en los Andes, Parrado ha seguido una carrera como empresario, convirtiéndose en presidente de la empresa familiar, Seler Parrado, y fundador de dos productoras de televisión. Viaja por todo el mundo dando conferencias, utilizando su historia para ayudar a diversos profesionales a liberar su propio potencial y buscar la excelencia en el trabajo y en su vida personal. Vive en Uruguay con su mujer, Veronique, y sus dos hijas adultas, Verónica y Cecilia. "El calor de los abrazos de mis hijas o la presencia silenciosa de mi mujer cerca de mí son los momentos importantes y duraderos" que atesora.
Este artículo se publicó originalmente en la revista IESE Insight (número 4, primer trimestre de 2010).
J.A. Bayona también dirigió Lo imposible (2012), sobre el tsunami del océano Índico de 2004 y protagonizada por Naomi Watts en el papel de María Belón, quien compartió su historia real de supervivencia y resiliencia en el IESE en 2019.