IESE Insight
Mejorando el futuro de África a través de su finanzas
El profesor del IESE Javier Santomá y el investigador Francesc Prior proponen combinar las mejores prácticas en microfinanzas con determinadas políticas públicas relativas al sector financiero y microfinanciero para extender el uso de los servicios financieros básicos entre la población africana.
El nivel de penetración de los servicios financieros de un país es un buen indicador de su desarrollo económico. En algunos países de África, las cifras hablan por si mismas: en Kenia, sólo el 10% de la población adulta tiene acceso a servicios financieros básicos; en Uganda sólo el 6,7% y en Tanzania el 6,4%, mientras que de Malawi ni siquiera se tienen datos fiables. Además, el porcentaje de crédito al sector privado de esos cuatro países llega como mucho al 22,6% del PIB.
El profesor del IESE Javier Santomá y el investigador Francesc Prior han analizado el nivel de acceso a los servicios financieros en esos cuatro países del África Sur Oriental (ASO). Su informe revela que existe una demanda insatisfecha de servicios financieros que obliga a buena parte de la población a recurrir a servicios informales mucho más costosos e ineficientes y que, además, les impide acceder a niveles de desarrollo económico más elevados.
Finanzas informales
¿Por qué recurre la población a entidades "informales" en lugar de ir a un banco tradicional, que sobre el papel ofrece mejor precio y seguridad? La primera respuesta es que los servicios financieros regulados de esos cuatro países son muy caros. Por ejemplo, en el año 2004 las entidades trabajaban con unos márgenes financieros que iban del 9,7% en Uganda hasta el 23,1% en Malawi. En los países desarrollados, la media era de un 4,1%.
Los elevados precios se deben a la poca eficiencia de las entidades que operan en estos cuatro países. Los costes operativos se llevan más de la mitad de los ingresos, una proporción muy elevada para el sector. Además, sus redes de distribución son muy débiles, un problema acentuado por la endémica falta de infraestructuras de estos países. Por ejemplo, en 2004 Kenia contaba sólo con 1,38 agencias bancarias por cada 100.000 personas. En Tanzania eran 0,23. Son ratios extremamente bajas, incluso para países en desarrollo.
Por otro lado, los ciudadanos que consiguen acceder a una de esas oficinas encuentran con muchas dificultades para conseguir créditos. La entidad calcula los riesgos en función los ingresos estables y probados del solicitante, lo supone reducirlo todo a un sueldo o nómina. El criterio podría ser correcto en Europa, pero no lo es en África, donde las economías informales son muy habituales. Además, las pocas centrales de crédito que hay sólo reciben datos de los bancos, ignorando los historiales de pago que una persona pueda tener con otras empresas o comercios. Así, las entidades acaban concentrándose en las personas que ya son clientes del sistema bancario, dejando fuera al resto. El pez se muerde la cola y mientras, los microcréditos siguen sin despegar.
Los autores asumen que este problema se debe fundamentalmente a una oferta inadecuada de servicios microfinancieros y no a la falta de demanda. En efecto, la oferta de servicios microfinancieros a los segmentos de bajos ingresos es demasiado costosa, no se distribuye con redes comerciales suficientemente capilares, no utiliza mecanismos de análisis de riesgos apropiados y se regula por sistemas normativos inapropiados. El resultado: una demanda insatisfecha de servicios financieros compuesta por amplísimos segmentos de población.
El contexto macroeconómico
Los países del África Sur-Oriental analizados por los autores han logrado un crecimiento económico sostenido. Entre 1995 y el 2005, sus PIB reales crecieron a ritmos que van del 2,4% (Kenia) al 5,4% (Tanzania). Pero no ha sido suficiente para resolver sus graves problemas de pobreza. En el 2005, la población de Malawi tenía una renta per cápita de 180 dólares, muy lejos de la media de la África Subsahariana de 552 dólares. De los cuatro países que estudiados, sólo Kenia se acerca a ese umbral.
El contexto macrofinanciero es igualmente desfavorable. La inflación está controlada, pero los cuatro países arrojan grandes desequilibrios en sus balanzas po
r cuenta corriente. Los tipos de interés son muy altos, al igual que la deuda pública. Eso hace que los sistemas financieros dirijan sus altos niveles de liquidez hacia la financiación de esa deuda. Es la opción más rentable, puesto que dirigirse al sector privado conlleva muchos más costes operativos. Esta misma lógica sirve dentro del propio sector privado, donde los créditos van a parar a las grandes corporaciones. Las pequeñas empresas y los clientes individuales quedan excluidos.
Kenia es el país con un sistema financiero más desarrollado y la deuda pública más baja. La banca privada domina el mercado, pero por lo menos el sector esta poco concentrado. Y aún sufriendo una morosidad alta, es un sector muy lucrativo. En 2005, las entidades bancarias lograron un ROE de 23,59%, un dato que llegó al 33,1% en Tanzania. Aún así, este último país es, en términos financieros, el menos desarrollado. La liquidez es excesiva, y los tipos de interés muy altos. El dinero va a parar, casi exclusivamente, a la deuda pública.
El caso de Malawi es, en términos generales, similar al de Tanzania. Por desgracia, también comparte uno de los males de Kenia, la alta morosidad. Ambos países podrían sufrir graves crisis si no solucionan el problema. Uganda ya atravesó una de estas crisis en 1999. Su sector tuvo que reestructurarse y ahora está correctamente capitalizado. Por desgracia, la concentración del mercado es excesiva, y la alta rentabilidad de las empresas es fruto del negocio de la deuda pública.
Una oportunidad para el sector microfinanciero
En Kenia, el sector regulado apenas presta atención a este segmento del mercado. El hueco lo llena un importante sector cooperativo, el más potente de la región. Más de dos millones de personas están afiliadas a las 3.767 cooperativas de ahorro y crédito. En Malawi, las microfinanzas son coto de entidades públicas. Por desgracia, generan grandes pérdidas y podrían desaparecer a medio plazo. Sólo un banco privado compite con ellas. De momento concede el 2% de microcréditos del país, mientras que las entidades no reguladas tienen una cuota de mercado del 28%.
La situación es quizá peor en Tanzania, donde el sector regulado se dedica sólo al microdéposito. El microcrédito no está desarrollado y sólo lo practican las 600 cooperativas del país. En cambio, en Uganda las entidades reguladas lideran el sector de las microfinanzas. Los bancos recogen los microdepósitos, mientras que pequeños operadores especializados conceden los microcréditos. Es quizá un ejemplo esperanzador enmarcado en un contexto muy precario.
Santomá y Prior Sanz aplauden el esfuerzo que han hecho los cuatro países para legislar en favor de las microfinanzas. En su opinión, se trata de un primer paso, pero deben darse muchos más. La región debe estabilizar sus sectores financieros y canalizar la liquidez hacia algo más que la compra de deuda pública. Los estados deben eliminar las distorsiones que provocan en su economía, e incentivar la modernización de sus bancos y demás entidades con elementos tan básicos como los sistemas de pago electrónico.
En definitiva, los autores creen que la solución pasa por combinar las mejores prácticas en microfinanzas con determinadas políticas financieras para extender el uso de los servicios financieros más básicos entre la población.
FUENTE: Basado en el estudio “Acceso a servicios financieros en los países del Africa suroriental” (ST-44) por Javier Santoma and Francesc Prior.