IESE Insight
Lo entiende hasta un niño: cooperar para el bien común es sostenible, incluso entre competidores
Niños de distintas culturas son capaces de cooperar para gestionar recursos. ¿Cómo puede ayudar su ejemplo a abordar retos globales como el cambio climático?
Tener unos objetivos claros anima a trabajar por fines prosociales y a perseguirlos aun cuando eso supone pagar un precio por ello. Así lo revela una investigación con niños.
Investigadores del Reino Unido, Alemania y España diseñaron un juego de competencia en torno al uso y ahorro de recursos hídricos, y observaron que los participantes cambiaban su comportamiento cuando recibían información sobre su propio desempeño o del resto.
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En el juego participaron niños de entre 6 y 10 años de Berlín (Alemania) y Pune (India), que se organizaron en grupos y jugaron por rondas. A cada niño se le dio una botella de agua, que podía ofrecer a un animal de juguete sediento según su criterio. Cuando un grupo aportaba la cantidad suficiente de agua para saciar la sed del animal, recibía una recompensa. Pero, para añadir el elemento del interés propio, también conseguían puntos (o incluso regalos) aquellos niños que finalizaban la ronda con una reserva de agua en sus botellas.
Este escenario plantea lo que se conoce como el “dilema del umbral”, donde es necesario alcanzar un determinado resultado para ganar la ronda (o, de lo contrario, el animal muere). Llegar a ese umbral beneficia al grupo, pero los objetivos individuales pueden entrar en conflicto con los grupales, y en consecuencia afectar los impulsos generosos. Un niño que contribuye con una gran parte de su agua podría arriesgarse a obtener una puntuación más baja en comparación con sus compañeros.
En el mundo real, muchos problemas apremiantes se consideran dilemas del umbral: desde los esfuerzos del pasado por erradicar la viruela hasta el desafío actual más urgente, la crisis climática. Mantener el aumento de la temperatura global dentro de ciertos umbrales es responsabilidad de todos. Por eso, identificar los factores que fomentan o dificultan la cooperación es más importante que nunca.
¿Seremos capaces de colaborar incluso a costa de nuestros propios intereses? La respuesta, al menos cuando se trata de las nuevas generaciones, parece ser que sí.
Así lo destaca este estudio, llevado a cabo por el profesor del IESE Sebastian Hafenbrädl en colaboración con Patricia Kanngiesser y Jan K. Woike (ambos de la Universidad de Plymouth) y Jahnavi Sunderarajan (Freie Universität Berlin).
Cómo trabajar para alcanzar un límite aceptable
En cada una de las ocho rondas del juego, al menos dos niños de cada grupo debían aportar agua para alcanzar el umbral que les diera la victoria.
Cada grupo se asignó a una de estas dos categorías: los que recibían información sobre su rendimiento individual a lo largo de las distintas rondas y los que conocían el progreso de todos. Así, los niños que contribuían con más agua podían advertir que otros daban menos y optar por ser menos generosos.
Tal y como previeron los investigadores, los niveles de cooperación caían cuando los niños tenían acceso a los resultados de los demás. Sin embargo, la mayoría de los niños en ambos grupos continuó cooperando lo suficiente como para alcanzar el umbral en cada ronda. Esto indica que la motivación por alcanzar un objetivo común prevalece sobre el impulso individual de quedarse con más agua.
¿Por qué Alemania e India?
Según Hafenbrädl, “uno de los aspectos positivos de este estudio es que demuestra que los resultados son consistentes en distintos entornos culturales”. La alta competitividad del sistema educativo indio, donde lograr buenos resultados impacta significativamente en las oportunidades de futuro, hizo pensar a los investigadores que los niños indios serían más susceptibles a la retroalimentación de que se estaban quedando atrás.
No obstante, el 65% de los equipos indios alcanzó el umbral, incluso en la última ronda, no muy lejos del 75% de los alemanes. ¿Qué implica esto para la sociedad?
Para Hafenbrädl demuestra que “la manera en que se plantea un problema marca la diferencia”. “Con objetivos significativos, una retroalimentación adecuada y comunicación efectiva, incluso los niños que acababan de desarrollar un sentido de la competitividad, siguieron cooperando”, explica.
Los investigadores también escucharon las conversaciones a lo largo del juego. “Algo que nos impactó fue ver que, cuando los niños conocían los resultados de todos, hablaban de ello, pero también eran flexibles y se esforzaban para coordinarse cuando era necesario para cumplir los objetivos”, dice Hafenbrädl.
Sobre la investigación
En el experimento participaron 240 niños de entre seis y diez años: 117 de Berlín y 123 de Pune, distribuidos en 39 y 41 grupos, respectivamente. A una mitad se le asignó una retroalimentación individual, y a la otra una retroalimentación colectiva. Todos los grupos debían alcanzar un umbral mínimo de agua para avanzar en cada ronda, y cada niño ganaba puntos (y unos adhesivos de premio) en función de la cantidad de agua que conservaba en su botella.
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