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Amartya Sen: el crecimiento en términos humanos
El desarrollo humano es el corazón del trabajo de Amartya Sen, laureado economista y filósofo. En esta conversación con la profesora del IESE Marta Elvira, Sen subraya la importancia de aprender y comunicarse para el avance de la sociedad.
Sen nació en Bengala (ahora Bengala Occidental, India) en 1933 y obtuvo su doctorado en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde ejerció como director. Actualmente es profesor universitario "Thomas W. Lamont", así como profesor de Economía y Filosofía en Harvard.
El economista y filósofo indio Amartya Sen no necesita una gran presentación. Sus teorías sobre el desarrollo humano y los mecanismos subyacentes de la pobreza y el hambre han ayudado a la lucha mundial contra la injusticia, la desigualdad, la enfermedad y la ignorancia. Sus contribuciones a la economía del bienestar le valieron el Premio Nobel de Economía en 1998. Su pensamiento ha inspirado políticas en las Naciones Unidas, Oxfam y el Banco Mundial, así como el trabajo de otros premios Nobel y le ha llevado a obtener el prestigioso Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2021. La profesora del IESE Marta Elvira ha hablado con él sobre los conceptos que impulsan la misión laboral y educativa de su vida. Aquí se presentan extractos de esa conversación.
Su libro Desarrollo y libertad toca un concepto tan importante para usted como el del "desarrollo como libertad". ¿En qué se diferencia de otros enfoques?
El desarrollo a menudo se relaciona con el crecimiento del PIB, pero un país podría tener uno muy alto, y, sin embargo, no tener el tipo de rendimiento satisfactorio que queremos para un país. Queremos mayores ingresos, por supuesto, pero también anhelamos mejores instalaciones educativas y sanitarias, comunicación con los demás, literatura, arte, y todo lo que hace que la vida sea valiosa.
Mi referencia a la libertad es un intento de captar esa noción más amplia de desarrollo para contraponerla a la del crecimiento económico definido de forma estricta. Esa libertad es un objetivo ambicioso, porque incluye muchas cosas relacionadas con el desarrollo de nuestras capacidades humanas, como el estar libres de enfermedades y analfabetismo, cuyo avance es bueno tanto para los individuos como para las sociedades.
Hoy en día tenemos disponibilidad de datos para medir el desarrollo más allá del PIB. ¿Qué utilidad tienen esos datos para enriquecer los modelos tradicionales?
Lo que sabemos sobre una sociedad depende de la comprensión detallada de lo que pueden llegar a hacer. ¿Hay mucha delincuencia? ¿Hay analfabetismo? ¿Se detiene a menudo a las personas sin causa justificada, como ocurre en los regímenes autoritarios? Si se juntan, esas cosas son una causa de gran preocupación, así que la cuestión de los datos es central.
Cuando no tenemos datos, nos resulta muy difícil formarnos un juicio sobre esa sociedad. En cambio, si intentamos ampliar nuestros datos podemos aprender más sobre dicha sociedad, y, en última instancia, sobre nosotros mismos: comprenderemos realmente lo que está sucediendo en el mundo y trataremos de mejorar la situación en que se encuentra.
Eso explica por qué las organizaciones internacionales han utilizado su trabajo para establecer objetivos de desarrollo. Me refiero al Índice de Desarrollo Humano de la ONU y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible, que van desde el progreso puramente económico a otras cuestiones, como la realización de las capacidades humanas. Eso nos lleva a la pregunta crucial sobre el valor del aprendizaje y la educación, que ha sido fundamental para su labor: ¿cómo ve los incentivos para aprender en un futuro donde los trabajos pueden ser escasos y automatizados?
Hace muchas décadas, teníamos escuelas nocturnas en el límite de algún asentamiento tribal en la India. En aquellos días, la gente de la tribu tenía muy pocas oportunidades de formarse. No había escuelas. Salíamos alrededor de las seis o las siete de la mañana, linterna en mano, y disponíamos de las cajas de ONG internacionales que habían enviado alimentos. Las usábamos como sillas y mesas. Aspirábamos al éxito, y, aunque no siempre lo conseguimos, era muy gratificante cuando los niños aprendían el alfabeto, escribían textos y hacían aritmética elemental. Fue muy satisfactorio. En muchos sentidos, el mérito es de la capacidad humana para aprender cuando se dan las condiciones adecuadas.
Cuando estaba en una de las escuelas --y yo mismo las dirigía--, lo que me llamaba la atención era que el incentivo para aprender llegase tan rápido y de manera endógena, desde el interior. Cuando las personas pueden leer y escribir, y hacen aritmética, no tienen tanto miedo de que las engañen. La estructura de incentivos está relacionada con la facilidad de conseguir un trabajo y obtener ingresos, pero también con una compulsión interna sobre lo que queremos hacer con nuestras vidas.
Ha mencionado anteriormente que merecemos un mejor arte y literatura. Sin embargo, al menos en algunas sociedades, hay un declive en el prestigio de las humanidades. ¿Cree que deberían tomarse más en serio como herramienta para el cambio social?
¡Sí, claro! Las artes y las humanidades complementan lo que de otro modo sería un enfoque científico de la vida, y, muy a menudo, toman una forma política. Cuando miras una obra de arte como el Guernica de Picasso, por ejemplo, te enseña algo sin necesidad de palabras, porque así es como funciona la comunicación humana. Por tanto, un aprendizaje y educación más centrados en las artes y las humanidades definitivamente ayudarían a lograr un cambio social positivo.
¿En qué medida han influido las humanidades en sus reflexiones éticas y políticas?
La filosofía aborda cuestiones universales que han surgido una y otra vez en la mente de muchas personas (como Euclides o Aristóteles, en la antigua Grecia, o pensadores de otros países, como España, Portugal, India, China y Japón). España, por ejemplo, se ha beneficiado de su propia tradición milenaria y de la tradición occidental, pero también de la influencia del islam y de las comunidades judías que llegaron a España, cada una haciendo su propia contribución a las consideraciones éticas. Esas diferentes perspectivas filosóficas permiten una comprensión más rica del ser humano dentro de diferentes sistemas económicos y políticos.
Asimismo, la economía puede nutrir las perspectivas morales. Por ejemplo, los primeros musulmanes que llegaron a la India (no los conquistadores, sino los comerciantes), por la costa este, trajeron algo de su propia comprensión de la naturaleza del mundo a la región. En la India, tal interdependencia es fundamental para el aprendizaje humano, pero con qué facilidad olvidamos la forma en que la cultura y la civilización se han trasladado de un país a otro. Tenemos que estar agradecidos por la capacidad humana para la migración y la conversación.
¿Qué opina de la tensión actual del populismo, que a menudo tiene como objetivo poner fin a la migración y al libre movimiento de personas a través de las fronteras?
Se ha avanzado mucho gracias a que la gente viaja. Si Estados Unidos ha tenido éxito como economía, tiene mucho que ver con su cultura de inmigración. España, en general, ha sido amable con los inmigrantes, y eso se ve también en la historia del país.
A veces hay problemas, como cuando hay una gran cantidad de inmigrantes y da la sensación de que las oportunidades son menos. Sin embargo, estas impresiones no son inamovibles. Hay problemas que abordar, pero somos una civilización rica, con muchas partes distintas, y la inmigración es el medio para expandir nuestra visión del mundo.
En su trabajo, pone mucho énfasis en la conversación entre diferentes pueblos. Ese es un tema clave en sus nuevas memorias, Un hogar en el mundo. Sin embargo, con los debates de Internet y Twitter, hemos visto cómo esa conversación tiene la capacidad de dividir y erosionar la confianza en la democracia.
John Stuart Mill, economista y filósofo británico del siglo XIX, observó que, en las democracias, se gobierna a través de la discusión; no solo del voto, que llega después de haber discutido. Ya sea uno conservador, liberal o independiente, la compulsión subyacente de la democracia es la necesidad genuina de hablar entre nosotros.
A veces pasamos por alto lo reciente que es el habla. Los seres humanos no hablábamos demasiado hasta hace relativamente poco. Pero hemos desarrollado la capacidad de hablar entre nosotros: decirnos cosas, contradecirnos, apoyarnos, entretenernos, escribir poesía, redactar cartas y transmitir nuestras preocupaciones. La democracia habría sido imposible si las personas no hubieran tenido ese poderoso don de hablar entre sí.
Hace mucho tiempo, escribí que nunca ha habido hambruna en un país democrático. Mientras haya libertad de expresión, la gente pueda hablar entre sí y existan elecciones, no habrá gente muriendo de hambre. Aunque las hambrunas rara vez afectan a más del 15% de la población, si estas ocurren debido al mal gobierno de un país, el resto de la población no afectada hablará entre ellos y se acabará produciendo una revuelta a gran escala que involucra, no solo a los que pasan hambre, sino al 60%, 70%, 80% de la población. Eso se debe a las discusiones, los comentarios, la poesía y el arte, que mueven a las personas a percibir el sufrimiento y las injusticias.
Tenemos que aprender que, mientras permanezcamos en la mesa de debate, dispuestos a conversar, y mientras nos interesemos por el prójimo, la democracia seguirá existiendo en nuestras sociedades como fuerza preventiva contra varios tipos de maldad.
La entrevista de la profesora del IESE Marta Elvira a Amartya Sen puede verse en el vídeo “Conversación con Amartya Sen”.